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Ya he sido lo suficientemente pública y vocal (harta, regañona, intensa, llámenlo como quieran, me da igual) sobre mi feminismo. Y cada 8 de marzo desde hace 4 años escribo sobre todo lo que NO es el Día de la Mujer y lo desatinado que es felicitar a las mujeres en esta fecha. Y mi esfuerzo y sacrificio han sido recompensados con amigos que ya no cometen el error de felicitarme y salir con babosadas sobre la belleza, la ternura y el sacrificio que hay que “celebrarle” a las mujeres. Pero entonces ahora lo que hacen es preguntarme que entonces qué hacer con el día de la mujer. Para comenzar, deberían hacer esta tareita solos. Pero como no hay remedio y, además, me pica la lengua para decir esto pues acá les hago una parte de la tarea.
Creo que soy la única que se acuerda que este blog nació hace cuatro años, en unas elecciones presidenciales tanto o más polarizadas que las de hoy. El 15 de junio de 2014, escribí sobre mi papá y la decisión que enfrentaba el país y nos dividía a nosotros: decidir entre Santos o Zuluaga.
La fantasía más común relacionada con el abuso sexual es…
No. No es lo que se están imaginando. La fantasía más común relacionada con el abuso sexual es pensar que denunciar un abuso sexual con nombres, datos, pelos y señales, especialmente en un país como Colombia, produce algún tipo de consecuencia positiva o justa. No. Es muy difícil que haya consecuencias para el victimario más graves que las consecuencias que enfrenta la sobreviviente en un país en el que la enorme mayoría de casos de abuso quedan impunes y, sobre todo, en una sociedad cuya primera reacción es dudar de la veracidad de la denuncia o de los intereses que impulsan a la denunciante.
Aquí comienza la segunda parte de las reflexiones que me provocó el último ensayo de Chimamanda Ngozi Adichie “Dear Ijeawele, or a Feminist Manifesto in Fifteen Suggestions”. La primera parte la encuentran haciendo click aquí, y ahí escribí sobre todas las cosas que mi mamá supo hacer bien, 26 años antes de que este libro fuera concebido.
Pero como cualquier cosa en la vida, no todo es color de rosa. Muchas de las palabras de Adichie también me recordaron las contradicciones y presiones con las que crecí.
El libro
Anoche me leí, ¡por fin!, “Dear Ijeawele”, el libro en el que Chimamanda Ngozi Adichie le da a su amiga de infancia 15 consejos para criar una hija feminista. Inevitablemente, cada página me hizo pensar en mi mamá. Quienes me conocen saben que mi relación con ella es uno de los pilares de mi vida. Tanto, que hace unos días conversaba con unas amigas sobre la mejor forma de hablar sobre mí misma, de describirme en menos de 200 palabras para un ejercicio que nos propusimos, y una de ellas me dijo: “Tienes que hablar de tu mamá!” Y los que la conocen a ella creo que entienden realmente porqué es tan determinante en mi vida, y porqué no me alcanzan las palabras para explicarlo. No podría ni en 200 ni en dos millones y por eso hicieron falta los 15 consejos de Adichie para que a mí se me ocurriera como articular lo que me dispongo a escribir.
Hace poco hablaba con un tipo sobre su descubrimiento de las nuevas (y mejores) masculinidades. Ese es el término con que el feminismo y sus aliados han denominado al hecho de descubrir, como el personaje de esta historia, que es más chevre ser un hombre que cree en la verdadera igualdad de género y con ello llegar a la convicción, en palabras y obras, de que el modelo de hombría con que hemos crecido – el del macho fuerte, proveedor, racional y por ello superior a la mujer y dado al mundo del intelecto y el trabajo (por oposición al mundo del hogar y la familia) – le hace tanto daño a los hombres como a las mujeres.
Me sonó el celular dos veces casi simultáneamente. Dos sonidos sucesivos del ringtone que le corresponde a cada una en mi celular, el que puse para responderles a ellas cuando no estoy para el mundo en general. Una me escribe que le ayude a buscar un curso de algo, que ya no le emociona su trabajo y se quiere ir, del trabajo y del país. Cambio a la otra conversación y déjà vu: “quiero renunciar e irme a viajar”. Las dos trabajan en el que alguna vez fue un trabajo soñado.
No son las únicas. Unas a punto de graduarnos de nuestra maestría de los sueños, otras con trabajo en envidiables compañías multinacionales, unas ganando mucho más de lo que pensaban que se podía a esta edad, otras ganando mucho menos de lo que se merecen pero haciendo el trabajo que siempre quisieron. Algunas ni lo uno ni lo otro pero con la tranquilidad de haberse graduado de la carrera que amamos, y no de la que nos dijeron que abría más puertas en la vida. Las que están en el país quieren salir corriendo mientras mi primera amiga de la vida quería quedarse en Colombia y la vida se la trajo para USA. Ya hay un par casadas con los amores de su vida. Y todas en crisis. Ninguna sabe lo que quiere ni está donde quiere estar.