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Mi educación feminista – Parte I

El libro

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Anoche me leí, ¡por fin!, “Dear Ijeawele”, el libro en el que Chimamanda Ngozi Adichie le da a su amiga de infancia 15 consejos para criar una hija feminista. Inevitablemente, cada página me hizo pensar en mi mamá. Quienes me conocen saben que mi relación con ella es uno de los pilares de mi vida. Tanto, que hace unos días conversaba con unas amigas sobre la mejor forma de hablar sobre mí misma, de describirme en menos de 200 palabras para un ejercicio que nos propusimos, y una de ellas me dijo: “Tienes que hablar de tu mamá!” Y los que la conocen a ella creo que entienden realmente porqué es tan determinante en mi vida, y porqué no me alcanzan las palabras para explicarlo.  No podría ni en 200 ni en dos millones y por eso hicieron falta los 15 consejos de Adichie para que se me ocurriera como articular lo que me dispongo a escribir.

Lo que dice Adichie que ya sabía mi mamá

Mientras pasaba las primeras páginas me daba risa pensar que sin que existiera este libro, sin que el feminismo fuera el fenómeno pop que es hoy en día, mi mamá siguió al pie de la letra muchos de los principios que Adichie recopila en este ensayo. “Be a full person. Motherhood is a glorious gift, but do not define yourself solely by motherhood,” dice ella. Y yo inmediatamente me acuerdo de mi mamá diciéndole a todo el mundo que las vacaciones eran un castigo para las mamás, y que por eso nos matriculaba – a mi hermano y a mí – en cuanto curso de vacaciones ofrecían en Bogotá. A la gente le parecía súper impropio de una mamá no cantar en términos absolutos las maravillas de la maternidad. Algunos hasta decían que era cruel. Para mí nunca lo fue. Por el contrario, se trataba de un mensaje absolutamente edificante y empoderador, especialmente para mí como mujer en formación. Con este y otros gestos similares mi mamá nos demostraba que ser mamá era solo una parte de quien ella era, que también la definían sus relaciones con otras personas, con su profesión y, sobre todo, con ella misma.

Y así, conforme pasaba las páginas yo seguía pensando en todas esas anécdotas que son, en últimas, los ladrillos con los que construimos nuestra identidad.

Third suggestion: teach her that the idea of gender roles is absolute nonsense” y yo oigo la voz de mi mamá diciendo: “No señores, en esta casa todo el mundo es igual y los permisos se conceden según la edad no según el género” y suspirando exasperada frente a quienes se atrevían a sugerir (que fueron muchos) que no era igual cuando yo salía de rumba que cuando lo hacía mi hermano.

Toys for boys are mostly active, and involve some sort of doing – trains, cars – and toys for girls are mostly passive and are overwhelmingly dolls”, y unas páginas más tarde: “Fifth suggestion: Teach Chizalum to read. Teach her to love books. The best way is by casual example”. Y yo me acordé de las 42 Barbies que alcancé a coleccionar, 10 de las cuáles jamás salieron de su caja, todas regalos de amigos y compañeros de trabajo de mi papá y de otra gente que no me conocía bien. Nunca las toqué, ni a ellas ni al par de bebés que tuve ni a la cocinita de Fischer Price que llegó y murió, intacta, en el mismo rincón de mi cuarto. Tampoco puedo decir que tuviera un montón de juguetes de acción –ni trenes, ni carros, ni Lego (me bastaba con los de mi hermano y además nunca me resultaron interesantes)– pero lo que sí tuve hasta la saciedad fue libros y la imagen de mi mamá leyendo por las tardes, por las noches y en los viajes que hacíamos en vacaciones. Y nunca hubo lecturas prohibidas, ni libros en estantes donde yo no los alcanzara. Leí muchas cosas que a muchos podrían parecerles inapropiadas. Pero yo tuve una mamá que le decía vagina a la vagina y pene al pene. Y que cuando mi hermano todavía usaba sillita de bebé en el comedor, ya nos hablaba del sexo consensuado, de decir que no siempre que nos diera la gana de decir que no y de medir las consecuencias y ser cuidadosos y responsables con nuestro cuerpo cuando nos diera la gana de decir que sí. Nada de lo que leyera, por muy inapropiado que fuera, podía afectarme si mi principal fuente de información era ella.

Seventh suggestion: never speak of marriage as an achievement”. ¡Gracias, mamá (y papá también), por llenarme de ideas, de sueños y de motivaciones diversas, por acolitar todas mis obsesiones y cultivar todos mis intereses. Yo descubrí tarde en la vida que la historia de amor de los papás podía ser objeto de toda una mitologización y que uno tenía que aspirar a una historia de amor similar (menos mal!). Cuando lo descubrí y empecé a escuchar las historias con que crecieron mis compañeros de colegio, le pregunté emocionada a mi mamá que cómo era que mi papá le había pedido matrimonio y que dónde tenía el anillo de compromiso. “Qué anillo de compromiso ni qué nada. Nosotros no teníamos plata para eso. Cuando decidimos casarnos fue porque los dos teníamos un trabajo estable, sabíamos que había para el arriendo y para comprar los muebles.” Facilito: el matrimonio como un acto de amor pero sobre todo un acto de madurez y una decisión de vida. Y una decisión de los dos. No un logro de la mujer ni una conquista del hombre. Amén.

Más adelante en ese mismo capítulo Adichie discute esa odiosa costumbre de cambiarle el apellido a las mujeres casadas, como si cambiara su identidad o su forma de existir en el mundo (de una forma que no cambia para los hombres cuando se casan). Eso tiene el nombre de mi mamá por todos lados. Desde que tengo memoria la recuerdo peleando para que no le dijeran señora Sintura. “Señora Sintura, su hija se cayó del pasamanos y la tenemos en la enfermería." “Mi apellido es Sanchez… ¿Y la niña está bien?” Yo crecí pensando que lo normal era no cambiarse el apellido y tener que pasarse la vida corrigiendo a los equivocados. Así, desde chiquita entendí lo vital que es mantener la individualidad, ser uno su propia persona y jamás la persona de otro, sin importar el estado civil. Para mí, nunca estuvo en duda que una mujer es siempre dueña de sí misma y de su destino, que no le pertenece a nadie y, como adulta que es, a nadie le pide permiso para nada.  

Como Adichie, también debato a diario conmigo misma por haber reclamado con tanta contundencia mi primer apellido, que es la evidencia del patriarcado. Pero me basta esta colección de recuerdos para reafirmar que Sintura es con ese, de Sánchez.

[Aunque es una parte tan vital de mi identidad, y la razón principal por la que hoy soy feminista hasta los huesos, el lado Sánchez de mi vida no estuvo libre de contradicciones ni de presiones producto del machismo. Pueden leer sobre todo eso aquí].