En el caso Cristancho-Otálora el gran perdedor es el periodismo
En el caso Cristancho-Otálora, hasta ahora solo hay una verdad irrebatible: el periodismo colombiano es una vergüenza y el manejo que le han dado los medios de comunicación a esta delicada situación es una muestra más de ello.
La denuncia
Empecemos por la denuncia. Todo este embrollo se origina en tres denuncias que aparecieron en tres columnas de opinión. La primera, escrita por Juan Diego Restrepo E., describe varias acusaciones contra el ahora ex-Defensor del Pueblo por mal trato laboral y por crear un ambiente de trabajo hostil en la institución. La segunda, de Daniel Coronell, nuevamente denuncia reitera, con mayor detalle, el abuso verbal que denunciaban algunos funcionarios de la entidad así como la versión del Defensor frente a estas acusaciones. La tercera, que fue la que provocó todo el incendio mediático, nuevamente de Coronell, asegura que la secretaria privada de Otálora, Astrid, Cristancho, padeció no solo el acoso laboral ya denunciado sino que fue víctima de acoso sexual.
En un país democrático el periodismo juega un papel fundamental en el manejo de la cosa pública. La prensa ejerce un rol vital en el control del poder que ostentan las personas que hemos elegido para que nos “manden”. Los medios de comunicación y los periodistas ejercen un poder de vigilancia y cumplen su obligación con la ciudadanía cuando denuncian a los poderosos que usan sus potestades para algo indebido. Es un poder enorme que conlleva una responsabilidad de iguales proporciones. Por eso, el buen ejercicio periodístico se ejerce con cautela y, sobre todo, con rigurosidad. El buen ejercicio periodístico se caracteriza por ser exhaustivo, por agotar todas las fuentes, por verificar tantas veces como sea posible la información antes de publicarla.
Acusaciones tan graves como las que lanzan Restrepo y Coronel en sus columnas de opinión tiene un problema: tienden a ser desorientadoras para la ciudadanía. Precisamente por eso, porque se desarrollan en una columna de opinión. Y, como sabemos, el espacio de opinión en la prensa es un espacio resbaloso. En el periodismo, el ámbito de la opinión goza de un carácter especial. Digamos que, por lo que viene catalogado con la etiqueta de “opinión” las expectativas frente al periodismo que allí se producen son distintas. No quiere decir que en el espacio de opinión no haya lugar para los hechos y las historias, pero, como al mismo tiempo hay espacio para el argumento, la conjetura y el criterio puramente personal, las expectativas tanto de quienes lo publican como de quienes lo consumen son distintas. Para no ir más lejos, las noticias, los artículos, los reportajes y las crónicas que se publican en otros espacios de los periódicos y las revistas tienen varios procesos editoriales y de verificación que procuran que lo publicado sea veraz y, en la medida de lo posible, objetivo. Las columnas de opinión son una historia muy diferente. La columna de Coronell, por ejemplo, se publica todos los domingos pase lo que pase y sea cual sea su contenido. Porque, para decirlo en pocas palabras, es un espacio de expresión personal de este periodista y, por eso, allí hay lugar hasta para una felicitación de cumpleaños a su hija.
Pero entonces, este espacio se presta para una acusación tan general como la que hace Restrepo, en la que puede exponer su caso sin citar más fuentes que ‘las que consultó’ o en las que puede conjeturar, sin más, que si al Defensor le gusta mojar prensa o salir en la TV entonces necesariamente desatiende otras funciones de su cargo. Por eso mismo, Coronell se permite desestimar la versión de una de las partes en su segunda columna argumentando que no le contestaron el teléfono. Y, ojo, no quiero defender a Otálora ni a su gestión porque no tengo elemento alguno para hacerlo. Y, porque, sin duda, mucho de lo que ha salido a la luz parece soportar las acusaciones de estos dos periodistas. Lo que quiero decir es que en el espacio muy gris de la columna de opinión se dieron a la tarea de exponer una historia con el potencial casi seguro de destruir por completo la vida profesional y personal de un ser humano. ¿Por qué no acudir al reportaje, donde podrían haber documentado con mayor rigurosidad las pruebas en contra de Cristancho, o a la crónica, donde hay un espacio mayor para el despliegue de las versiones de los funcionarios abusados? Qué es su tarea como periodistas investigar el abuso por parte de un poderoso, sin duda. Qué la columna de opinión, con todas sus prerrogativas fuera el lugar para hacerlo, lo dudo.
El seguimiento
Pero sigamos. El manejo que se dio a la noticia desde que se conoció la denuncia de acoso sexual ha estado muy lejos de ser ideal.
Al hacer clic en la etiqueta de “Jorge Armando Otálora” en la página la revista Semana aparece una lista de artículos que a su vez hacen una lista de las acusaciones contra Otálora (“Los 13 puntos de la denuncia de acoso laboral de Astrid Cristancho”, “Las 10 cosas que debe saber del caso Jorge Armando Otálora”, “Las otras pruebas contra Otálora”.) Todo eso, en principio, no está mal. Pero parece que no hay espacio alguno para una indagación seria sobre la versión de la contraparte, por ejemplo. Repito: es claro que gran parte del ejercicio periodístico incluye la vigilancia de quienes ejercen el poder y la denuncia y seguimiento inmediato de cualquier irregularidad en ese campo. Pero eso no implica que, aún en un caso así, no se deba buscar un mínimo de objetividad. Que, por supuesto, nunca puede ser absoluta pues el periodismo es una actividad humana. Pero cuando desde el principio parece que un medio de comunicación se lanza a la defensa absoluta de una sola versión de los hechos, eso deja mucho que desear. De hecho, eso debilita la denuncia que buscan hacer, pues no permite un espacio para los argumentos del acusado y por lo tanto, tampoco permite rebatir su defensa.
La oportunidad perdida
Ahora, más lamentable aún es que este caso se preste para discusiones tan importantes sobre la protección de los derechos de las personas en el ámbito laboral, sobre la absurda normalización del acoso sexual en los ambientes de trabajo, sobre la revictimización de las víctimas de acoso y abuso sexual, sobre las enormes dificultades que enfrentan las mujeres para denunciar estos casos, sobre el rol fundamental del machismo en todo esto y que ningún periodista haya aprovechado la oportunidad. Poco o nada publicaron al respecto los medios de comunicación de mayor audiencia en el país.
Antes los tweets que decían que eso es de lo más normal y que pasa en todos lados (y que, seguramente como pasa siempre entonces las mujeres nos estamos quejando por una bobada), ante los posts en Facebook que ponían en duda la denuncia de Cristancho sin tener en cuenta la presunción de verdad que recae sobre su testimonio (y que obliga no a que mandemos directo a la cárcel a su presunto acusador pero sí a que se abra de inmediato una investigación) y ante cada comentario en las páginas web de los periódicos que dicen que seguramente es un invento de la señorita para hacerle el daño al señor porque todas las mujeres somos unas crápulas y eso lo sabe todo el mundo, los medios guardaron un silencio casi general. Por ahí El Espectador se iba anotando medio punto positivo con un editorial en el que denuncia que la gran mayoría de los casos de acoso se queda en la impunidad precisamente porque a la víctima le buscan lo que sea para desprestigiarla y anular así su denuncia, para menos de 24 horas después darse una cachetada en su propia cara con el siguiente titular: La exreina que acusa al Defensor del Pueblo de acoso sexual. Lo mismo que hizo La W al entrevistar a Catalina Ruiz Navarro quien, con una claridad excepcional discutió el rol del machismo en todo este asunto, para luego abrir sus micrófonos a todo aquel que quisiera poner en duda, con base en el machismo sin límites que nos caracteriza, la denuncia de Cristancho.
La joya de la corona
Pero nada, absolutamente nada de lo anterior le gana a la entrevista exclusiva que le hizo Vanessa de la Torre a Otálora la noche del domingo. Una grosería, un burdo insulto al periodismo. A la señora "periodista" no le faltó sino arrodillarse y lamerle las suelas de los zapatos a su entrevistado. El defensor máximo de los derechos fundamentales en Colombia tenía que salir a defenderse de gravísimas acusaciones en su contra. Y, por supuesto, ello exigía seriedad y ecuanimidad ante el entrevistado, a quien se le investiga pero no se le ha probado nada. Pero acá no hubo ni lo uno ni lo otro. Hubo ligereza y lambonería. Una cosa es el periodismo que, en la búsqueda del mayor grado posible de objetividad, pretende mostrar las dos partes de una historia y otra, muy diferente, es el periodismo que se le arrastra al poder. Y lo segundo ni siquiera merece el calificativo de periodístico.
PD: Y es en un país así, con un periodismo así que el video de Alejandra Azcárate sobre el proceso de paz tiene virtud de noticia de primera plana, de reporte especializado, de opinión experta...